martes, 26 de octubre de 2010

[...]"La falta de alimento me ofrecía un insomnio imposible de rechazar, así solía quedarme despierta hasta las dos de la mañana habiéndome acostado a las once de la noche. Eran horas insoportables donde no hacía más que tocarme los huesos y repetirme que “es el precio que hay que pagar por ser perfecta”. Mentira, no era ningún precio, no estaba llegando a la perfección, me estaba hundiendo cada día más y más profundo. Pronto iba a llegar al límite donde no había nada más debajo mío y ese día iba a ser el fin."

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