domingo, 28 de noviembre de 2010

No se si es necesario aclararlo pero en aquella época sufría una intolerable distorsión visual y, en consecuencia, mental. Las actividades que a la gente le divertían, a mí me resultaban exasperantes y la falta de comida me había vuelto una persona inescrupulosa y gruñona.

Poco tiempo después de haber empezado a vomitar y de haber intentado llamar la atención de Èl sin ninguna señal de éxito, me propuse entonces un nuevo desafío. Siempre siguiendo la línea de lo que creo que es lógico me dije: “si como y vomito me hago mal, quizás lo mejor sea dejar de comer del todo”. No me costó demasiado empezar a vivir en un mundo sostenido por las mentiras: ahora no solo de la mano de mi amor obsesivo, sino también de un hambre compulsivo que escondía con recelo. Mis trucos eran bastante obvios: cuando en casa era la hora de la cena, siempre decía que me iba a cenar a la casa de una amiga. Cuando llegaba allá, comentaba que había cenado en casa. La gente es fácilmente engañable cuando sos una persona que genera confianza: y eso era yo, la gente confiaba en mí con los ojos cerrados.

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